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Psicologia y Deporte - II -



La Motivación en el deporte infantil y juvenil.--

A través de la práctica deportiva en estas edades, y sobre todo en la escuela, los niños no sólo consiguen efectos gratificantes por divertirse, sino que también favorece la integración en el ámbito del grupo de iguales, tan importante en estas edades para la toma de decisiones. Además, en nuestro tiempo hace que en estas actividades se puedan integrar otro tipo de alumnos como los discapacitados o los inmigrantes.
Las principales causas por las que un niño en esta edad se inicia en la práctica deportiva son: pasarlo bien, estar con los amigos y experimentar emociones gratificantes; por otro lado, también incluimos en un menor grado tener éxito y lograr una buena condición física.
En cambio, las razones por las que un niño no se aventura en estas actividades son: tener otras cosas que hacer, no pasarlo bien, el gusto por otras actividades, es aburrido o no le gusta el entrenador. Es decir, que las decisiones por las cuales un joven practica o no deporte van orientadas a aspectos de disfrute, competencia y obtención de resultados, siendo la primera de ellas la principal causa en los primeros años y las otras dos se desarrollan a continuación con más fuerza.
Por tanto, la cuestión que nos surge ahora es: ¿por qué a los niños les interesan la obtención de resultados (competición) frente a la obtención de una práctica gratificante? Si un alumno busca solamente el disfrute de la actividad es porque quiere superarse a sí mismo, para comprobar que es capaz de conseguir una meta. Sin embargo, si los niños están más interesados en los resultados y en la competición es porque están comparándose con el resto de compañeros, a los cuales quiere superarles. Lo que debemos lograr es que los niños practiquen deporte para satisfacerse a sí mismos, sobre todo en los primeros años.
Hasta ahora sólo nos hemos centrado en los propios deportistas como los causantes de su propia motivación (junto con el entrenador), pero un papel muy importante lo poseen los propios padres de los niños. Si los padres presionan demasiado a sus hijos para el logro de un buen rendimiento, puede ser que el niño se agobie y llegue a dejar de practicar deporte. No debemos olvidar que también en este contexto deportivo, no sólo en la escuela, los padres son los que crean el clima apropiado o no para el desarrollo de actividades deportivas, de tal manera que prime metas de diversión y aprendizaje o metas de rendimiento y resultados. Por ello, y es evidente, se debe hacer hincapié en que los niños que se inicien en la práctica deportiva sea porque disfruten con ello y se relacionen con sus compañeros.
Para que tanto niños como cualquier persona que se adentre en la práctica deportiva lo haga de forma correcta y eficaz, es necesario saber administrar las metas u objetivos de forma correcta. Como hemos comentado anteriormente, es más sencillo desmenuzar la actividad que representarla de forma genérica, pues los alumnos irán poco a poco obteniendo metas conseguidas que les motivarán más para que practiquen actividad física con frecuencia. Estas metas tienen que tener una dificultad considerable, que se piense “creo que soy capaz de hacerlo bien”, pues si son demasiado sencillas o demasiado complejas el niño no prestará la atención suficiente o no estará motivado. Las pautas que vayamos dando debemos formularlas en frases afirmativas y no en negativas, de tal manera que el niño memoriza más y mejor lo que puede hacer que lo que no puede hacer. Los objetivos que planteemos deben ser conocidos por los practicantes y orientados hacia el disfrute de la actividad, no hacia el logro de resultados de competición.
Es importante que el entrenador o profesor a cargo de los deportistas vayan felicitando o recompensando de algún modo el logro de los objetivos, recordando a menudo lo que el alumno ha sido capaz de lograr para motivarlo.
En definitiva, lo que se trata es que los deportistas se centren en el esfuerzo, el trabajo en equipo y la relación con los compañeros, principalmente en edades tempranas.
.- EL REFORZAMIENTO POSITIVO
Ya hemos comentado en el capítulo anterior lo importante que resulta para la motivación de un deportista el reforzamiento de una actividad bien realizada. En este tercer apartado vamos a ir un poco más lejos, pues podemos afirmar que un deportista orienta su actividad en función de estos reforzamientos, es decir, si va a lograr con ella recompensas positivas-apetitivas o negativas-aversivas (Skinner, 1938).
Lo que ocurre es que la mayoría de las conductas van precedidas de unas situaciones ya aparecidas con anterioridad que nos ayudan a saber la dificultad o facilidad de la actividad. Es decir, si un deportista de élite suele fallar los lanzamientos desde el punto de penalti en los entrenamientos será probable que no lo haga en un partido oficial, pues la experiencia le dice que no va a lograr el fin deseado. La conducta que el entrenador deberá cambiar es que se inicie en estos lanzamientos durante los entrenamientos o cuando el equipo vaya ganando, por ejemplo, para poco a poco ir cogiendo confianza y que se vea capaz de conseguirlo. Ahora bien, el proceso no acaba aquí; si el jugador lograse la meta el entrenador debería reconocerlo o recompensarlo más que a otro que no le cueste tanto conseguirlo. Si no lo consigue, es importante que no se le recrimine la acción como si siempre lo hiciera mal, sino que puede mejorarlo.
1.- Principios para el refuerzo:
Ya sabemos lo importante que resulta el reconocimiento o la recompensa cuando un deportista supera un obstáculo, pero no puede reforzarse todas las conductas que el deportista realice, no siquiera las que realice bien.
En este sentido debemos reforzar siempre de forma positiva, no aversiva, las conductas que tengan que ver con las destrezas de los deportistas, no las debidas a la suerte o a factores externos del propio sujeto. Por ello, los reforzadores deben ser varios y numerosos, atendiendo a las diferentes habilidades de los deportistas, para que no se cansen de obtener siempre los mismos beneficios, sino que sean cada vez gratificantes.
Si una persona realiza progresivamente una activad bien, debemos reforzarla de forma gradual, es decir, con mayor frecuencia al inicio de la práctica deportiva y con menor cada vez que vaya cogiendo habilidad.
Si hemos comentado que es mejor reforzar las conductas positivamente que con castigos es porque el castigo debe usarse con sumo cuidado. Si esto ocurre puede el deportista sentirse que ha fracasado o, peor aún que no sirve. No obstante, se debe castigar la conducta mal realizada, no al deportista que no la ha logrado. También debemos hacerlo cuando ha finalizado la actividad, no durante la ejecución del deporte, e imponer el mismo castigo a todos los infractores (Weinberg y Gould, 1996).
Tampoco es conveniente, siguiendo a Jara (1996) castigar en momentos de gran fatiga, ya sea física o mental, pues es posible que el deportista ya no sea capaz de dar más de sí y necesite finalizar la actividad cuanto antes.
2.- Programas de reforzamiento:
Ya sabemos cuándo no debemos utilizar el castigo a los deportistas, y que los refuerzos deben ser mayoritariamente positivos y numerosos en frecuencia. Ahora bien, existen dos diferentes programas reforzadores, atendiendo al número de veces que aparece la conducta a reforzar (de razón) o atendiendo a la primera vez que aparece la conducta, tras un determinado tiempo:
• Los Programas de razón se basan en el número de veces que aparece la conducta a reforzar, y se dividen en dos ramas: razón fija y razón variable. Si la conducta se refuerza cada vez que aparece se denomina de razón fija, mientras que si se refuerza de forma gradual, es decir, al inicio de aparecer, luego a las dos veces, a la quinta vez que aparece, estamos hablando de programas de razón variable.
• Los Programas de intervalo se caracterizan porque el refuerzo se aplica la primera vez que aparece la conducta tras un tiempo determinado. Será fijo si el reforzamiento aparece siempre en el mismo intervalo de tiempo, mientras que será de intervalo variable, si va cambiando este intervalo en función de las necesidades de reforzar la conducta que presente el deportista
Cuando el deportista recibe uno de estos refuerzos, recibe también una información sobre cómo ha realizado la acción: el feedback. Si un atleta recorre los 50 metros lisos de menos a más velocidad es porque los tiempos que se van tomando al inicio, a la mitad de la prueba y al final no son iguales, es decir, que deberá mejorar la salida para otra vez. De este modo, es conveniente que el feedback, al igual que con el refuerzo, se administre lo más rápido posible, dando señales de cómo se puede mejorar la actividad.
Este feedback podrá ser positivo o negativo, pero nos inclinamos siempre por los efectos positivos en el deportista.
Resultaría interesante que las conductas de los deportistas quedaran registradas, para así poder analizarlas desde varias perspectivas o en un momento de no entrenamiento activo: tiempos, número de saques directos, grabaciones, diferentes puntos de vista (ayudante de entrenador). No sólo se intenta cambiar una conducta mientras se aprende, sino que también se puede hacer referencia a ella en otro momento del entrenamiento como refuerzo de haber logrado algo positivo.
3.- Efectos emocionales:
Está claro que el estudio de refuerzos y castigos provoca en el deportista un aumento o un descenso de la motivación. En general, el refuerzo produce efectos positivos en el sujeto y el castigo negativos.
No obstante, no todos los sujetos responderán de la misma manera ante un refuerzo o castigo que otros, por lo que el entrenador-profesor deberá conocer bien a sus alumnos para fomentar o disminuir la conducta en su justa medida. Lo que queremos decir para concluir este capítulo, es que se debe tener cuidado con los refuerzos y castigos para que los deportistas no asocien un comportamiento con un refuerzo positivo o negativo, pues podría alterar el estado emocional del sujeto de forma inapropiada.

Articulo extraido de:
http://html.rincondelvago.com/psicologia-del-deporte_1.html

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